Tuve un impulso repentino y muy fuerte de expresar algún que otro agradecimiento… me pasa a veces y casi siempre le hago caso a esa sensación.
A mi hermana, a la que quiero más cada día, por permitirme co-educar a sus dos lindísimos hijos. Porque con eso me muestra que me estima muchísimo, que le importa que yo les muestro como soy y que criterios tengo. Que, cuando tengan edad suficiente, les hablo en todos los idiomas que domino y que lleno sus aún pequeños mundos de todos los colorines que hay en mi mundo, que es algo más grande. Le significa mucho a mi hermana que ellos pasen tiempo conmigo, porque sabe que les enriquecerá y a mi, también. Que aunque yo probablemente no tenga hijos propios, no obstante tengo mucho para dar.
Le agradezco además los descojonos mútuos que surgen en cada conversación telefónica y que, sobre todo cuando estoy de viaje, me hacen tan feliz, porque sé que ella siempre va a estar ahí y como ella, nadie me va a querer jamás.
A mi amiga Sabrina por no perder nunca la paciencia conmigo, por escucharme a horas imposibles y durante dos horas o más, en las que me suele mostrar auténtico interés en lo que le cuento. Le agradezco su verdadera iniciativa y sus consejos, la sabiduría que me brinda y que hace que yo, en mis más oscuros momentos, no pierda la esperanza.
A mi amigo Nacho, por algo muy parecido, por su paciencia y sus consejos en mi época más dura, por su talento musical y las noches rockeras varias que hemos vivido, por guardar mis secretos y por llevarme al estudio. Por los chistes guarros y por el fin de semana del Nuevo Sol 2010. Que felices que estuvimos! No te haces idea cuanto te echo en falta, tío.
A Panchito por salvarme el verano y por llevarme a ver una obra de danza y así mostrarme un mundo desconocido que me gustó. Por acompañarme un rato estos días y por compartir una pizza conmigo aunque se la podría haber comido entera con el hambre que tenía.
A mi madre por haberme contado algo muy importante que me va a ayudar mucho en comprender muchas cosas – aunque ella no sabe ni siquiera lo que provocó con esa historia que me contó.
A mi papá por ser el que es, siempre y todos los días. Por ser un abuelo estupendo y por su carácter de niño y su risa pilla que es tan contagiosa. Por pescar truchas y salmones juntos en Noruega cuando era pequeña.
A Ana por hacerle feliz a Diego.
A Diego por hacerle feliz a Ana.
A Valeria por haber mostrado los cojones de acabar con una situación que le hacía infeliz – ojalá los hubiera tenido yo hace un tiempo – y por ser consistente en su decisión y no volver a caer. Eso sí, es tener carácter.
A Charito por regalarme un mechero que le robé sin querer! Qué grandeza mostraste, reina!
A mis vecinos que no se quejan nunca por la música alta cuando me besa la musa y tengo que tocar o hacer un mixtape.
A Berlín, por ser Berlín.
Y a mi, por atreverme y nunca perder la esperanza. Por seguir siempre p’alante, da igual las veces que me caiga de morro.
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